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domingo, 21 de agosto de 2022

Wilma Rudolph, la historia que todos deberíamos conocer


"Los médicos me dijeron que no iba a caminar nunca más. Mi mamá me dijo que sí, y le creí a ella." 
A los cinco años la diagnosticaron con neumonía, fiebre escarlata y polio. Debió usar un inmovilizador en su pierna izquierda durante toda su infancia. Viajó durante horas, por meses y años, a hospitales en busca de ayuda, de algún paliativo para sus dolores. Fue la hija número 20 de los 22 que tuvo su padre. Nadie tenía fe ni la cura para tanto sufrimiento, solo su madre. Por eso creyó en ella y se esforzó. Se entregó a las escasas medicinas experimentales, hasta que un día, a los 11 años, no necesitó de su inmovilizador, y su vida se tornó de otro color.

La historia de Wilma Rudolph comenzó el 23 de junio de 1940, en Saint Bethlehem, Tennessee. Hija de Ed y Blanche, su segunda esposa, nació de manera prematura con un peso de apenas dos kilos. Como era común en aquella época en los Estados Unidos, la enfermedad del polio hacía destrozos con las vidas de los niños, y si bien no hay cifras oficiales, se estima que en 1949 llegó a matar alrededor de 2720 chicos. Wilma fue una de las excepciones, uno de los casos en los que logró sobreponerse.

Aguerrida desde pequeña, vivió una infancia entre médicos y hospitales. Se sometió a tratamientos de masajes y escasos remedios experimentales. Contó con el apoyo de sus 21 hermanos y sus padres para transcurrir esa etapa a la que logró vencer. De ella tomó sus lecciones, forjó su personalidad y la usó de motor inspirador para su vida. Fue así que a los 16 años logró su primera medalla olímpica en Melbourne 1956 y, a los 20, en Roma 1960, se convirtió en la primera mujer norteamericano en ganar tres medallas de oro en un mismo Juego Olímpico.

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